lunes, 21 de mayo de 2012

El arriero

De niño, siempre me llamó la atención un estuche de cuero, diseñado para colgar al cinto, que portaba una cuchara sopera, un tenedor, un cuchillo y una cuchara de té. Este colgaban de la pared de la cocina, en la casa de mis abuelos maternos, en el campo.
Años después, realicé mi práctica profesional en el Parque Nacional Tolhuaca. Hermoso lugar de complicado acceso y paisajes mágicos. Le conté a mi abuelo de mi experiencia y los bellos lugares conocidos; sus ojos se pusieron brillosos y me confidenció, que cuando joven trabajaba arriando animales para su patrón, y una de sus rutas era trasladar vacunos desde Curacautín hasta Santa Bárbara y de ahí a Los Ángeles. Parte de la travesí cruzaba frente a la Laguna Malleco. Por esos años el transporte terrestre de carga era casi nulo y esa era la forma habitual de traslado de animales.
Ahí comprendí su afición a películas de vaqueros. Sin embargo en su historia, sólo eran comunes el olor a bosta de vaca, la fogata y dormir a la intemperie, en los fríos y duros parajes de esta región. No había una bella mujer bañándose en algún riachuelo. Sólo ellos, pistola alcinto para defender las bestias de los peligros de la travesía. De hecho, hasta la pistola era insignificante, no era una Colt 45, este era un revólver brasileño calibre 22 corto (debidamente inscrito).
Sus enemigos naturales: Los pumas, que se acercaban a la fogata por las noches, pero huían al primer movimiento. Otra cosa eran los cuatreros, criminales amigos de lo ajeno, que no escatimaban esfuerzos por hacerse de algunos vacunos.
A partir de ese día, sentí un poco más de cercanía con ese alto y erguido caballero, de oscuros cabellos y pocas palabras . Hoy sus huesos descansan en el camposanto, junto a su fiel esposa quien le llevó algunos años por delante en esa, su última travesía.

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